Reflexiones

Nuestra gran fragilidad

Empezando 1995, en pleno desastre económico de Salinas y Zedillo, con devaluaciones galopantes e intereses asesinos, fui con un par de amigos a un pueblecito llamado El Oro, en el Estado de México, la visita obedecía a mi interés por conocer al Padre Chinchanchoma (Alejandro García Durán de Lara) que en esos días estaría en ese histórico pueblo minero. Chinchanchoma era un sacerdote Escolapio de origen catalán que fundó albergues en México donde hoy viven protegidos y cuidados miles de niños rescatados de la calle.
Cuando llegamos estaba oficiando misa en una sencilla iglesita del pueblo, con una asamblea de origen mazahua. Se dirigía a los presentes por su nombre y en su lengua original. Las limosnas de ese día fueron elotes, algunos huevos, calabazas, frijoles y hasta un pollito; ningún billete o moneda.
Al final de la misa, rodeando al sacerdote, se formó un grupo de mazahuas y tres forasteros (nosotros) afectados en esos momentos por la brutal crisis económica en la que yo perdí un departamento.
En esa escena inolvidable, comprendí la fragilidad de nuestra civilización moderna sustentada en el sistema monetario internacional. Ninguno de los mazahuas estaba enterado de la tremenda crisis que estaba en curso; a ninguno le afectaba el derrumbe del dólar ni de la Bolsa de Valores. La crisis era totalmente nuestra. La gran tormenta estaba en la superficie del mar, el fondo estaba tranquilo. Nosotros somos la superficie, ellos el fondo. Nuestra economía es ficticia, la de ellos no. Ellos saben vivir de la tierra , nosotros no. Ellos podrían sobrevivir a un colapso económico global, nosotros no.
En El Oro de hoy se acabó el oro de ayer, y el oropel se esfumó como un espejismo, pero el dorado sol del hermoso atardecer de ese día, fue oro puro para todos, sin distinción.

Carlos Noriega Félix
El almanauta

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